Esta es la segunda parte de este articulo. Le invitamos a leer la primera parte que apareció en la publicación anterior. -Marco Güete
Es necesario resaltar la integralidad de la Palabra, su clara orientación hacia la encarnación del Verbo y las normas del Reino de Dios que llegan a su cúspide en Jesús el Cristo
Carlos Martínez-García
La Biblia contiene la Revelación progresiva de Dios
Lo trágico es que un muy amplio número de creyentes evangélicos viven como si no existiera la Biblia. La leen escasamente, y cuando lo hacen son víctimas de una lectura fragmentaria, lo que les lleva a carecer de una perspectiva que la misma Biblia ofrece a quien la estudia sistemáticamente. Y cuando escribo sistemáticamente no me estoy refiriendo a una rama profesional de la teología, sino a un acercamiento escriturístico constante y que es sensible a la intensidad creciente de la Palabra. La Biblia no es plana, no es lo mismo la Revelación de Dios a la que tuvo acceso Abraham que la contemplada por Juan el Bautista o el apóstol Pablo. La Biblia contiene la Revelación progresiva de Dios, la que ha sido llamada acertadamente por John Stott, el creciente paso de verdad a más verdad.
Por toda América Latina se reproducen grupos en el seno de las iglesias evangélicas que andan predicando el regreso de símbolos y liturgias veterotestamentarias. Al hacerlo distorsionan el plano ascendente de las Escrituras, que tienen su centro en la consumación de la promesa de Dios en Cristo, y minimizan el ministerio del Señor Jesús, quien se sacrificó una vez y para siempre, es superior a todo profeta y sacerdote que le antecedió en la historia de la salvación, es el sumo sacerdote, el cordero inmolado que tiene toda la autoridad sobre principados y potestades. Debiendo ser sabios para vivir la libertad del Evangelio de Jesús, andan proclamando el retorno a la cautividad de Egipto.
La Biblia no es un manual de “esoterismo evangélico”
Es necesario resaltar la integralidad de la Palabra, su clara orientación hacia la encarnación del Verbo y las normas del Reino de Dios que llegan a su cúspide en Jesús el Cristo. Adulteran esta integralidad tanto los esquematismos rígidos como la constante búsqueda de nuevas claves, sólo entendidas por unos pocos súper espirituales, que llevan a sus dirigidos por arenas movedizas. La Biblia no es un manual de “esoterismo evangélico”, como tampoco es un libro para justificar las ocurrencias de los auto proclamados apóstoles, que se presentan como ungidos a quienes el pueblo creyente debe aceptarles todo. La Palabra es la que nos hace sabios en la salvación (2 Timoteo 3:15) y examina, norma, la conducta de todos, absolutamente todos y todas, en la comunidad de fe (Hebreos 4:12).
No hay sustituto para el estudio diligente de las Escrituras
Tal estudio es un ejercicio espiritual, intelectual, comunitario y volitivo. Espiritual porque nos acompaña el Espíritu Santo que ensancha nuestro entendimiento. Intelectual debido a que tienen su lugar en la tarea el conocimiento y la inteligencia del creyente. Comunitario ya que es en la familia de la fe donde el estudio es más enriquecedor (Efesios 3:17-19), porque no se trata de crecer en erudición prescindiendo de la comunidad de hermanos y hermanas. Y es un ejercicio volitivo porque lo aprendido en el estudio de la Palabra nos compromete éticamente, demanda de nosotros una voluntad para poner en práctica lo que hemos leído (Mateo 7:24-25).