Nueva York era la ciudad a donde se dirigía. Fueron muchos los retos que encontró en el camino, como viajar por primera vez en avión y sola. Sola con un gran y pesado abrigo como compañero de viaje. Su llegada a la gran manzana fue un tanto traumática. El vuelo que la conducía desde Barranquilla a Nueva York aterrizó de emergencia en el aeropuerto John F. Kennedy en plena nevada.
Una vez ya en aquella ciudad. En esa noche de invierno, ella se sintió nostálgica. El frío entraba por su piel sin pedir permiso a través de ese gran abrigo y era insoportable. La ciudad que nunca duerme así le daba la bienvenida. Sabía que sería un nuevo comienzo, con muchas metas que alcanzar y retos que vencer, pero se prometió que a pesar de lo difícil que fuera avanzaría contra corriente.
Uno de los primeros retos que ella debía enfrentar fue un nuevo idioma. Inglés es un lenguaje muy diferente al español en todas sus formas y en todos sus colores. Desde la manera como se habla, se entona y se da a entender. En el mismo sentido, la comunicación que se da entre quien lo habla nativamente y quien lo aprende como segunda lengua a veces difiere. También ver cómo este lenguaje, es usado para mostrar poder, dominio y vanagloria frente a quien con lágrimas, cansancio y tal vez vergüenza da tímidamente pasos de fe, en esta lengua. Es por ello que aprender un nuevo idioma siendo migrante engloba toda una metanoia- es decir un cambio de mentalidad. No es solo aprender gramática y vocalización.
En el caso de Sandra requirió adquirir conocimientos sobre una nueva cultura y distintas realidades fuera de su país natal. Es observar y a la fuerza entrar a reconocer que hay diferentes formas de ver la vida. De cocinar. De comer. Ver y analizar otras formas de amar. De resolver conflictos, de protestar ante las injusticias. De cómo negociar. Y hasta de cómo hacer chistes y reír de estos.
Empezó a trabajar en una fábrica donde realizaba tarjetas de navidad. El trabajo era muy pesado para alguien que no estaba acostumbrada a trabajar en una fábrica por más de 40 horas a la semana. Pronto se acostumbró, sin embargo, Sandra constantemente se preguntaba “¿Es realmente este el sueño americano? ¿Me pasaré toda la vida haciendo tarjetas de navidad? ¿Cuál es la llave que me abrirá nuevas oportunidades, en un país donde soy una inmigrante latina más?”
La resiliencia está en sus venas
A pesar de lo difíciles que fueron los primeros días en esta gran ciudad, ella logró reinventarse a sí misma. ¿Cómo lo logró?, ¿Existe una fórmula mágica? Una palabra clave en su léxico fue la resiliencia. Dice la Real Academia Española por sus siglas RAE, “resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado de situación adverso.” Nadie más que ella lo puede sentir y vivir. Días largos. En las noches tomar clases de inglés para de esta forma aprender a comunicarse en una lengua extranjera. Una familia de quien cuidar sumado que por aquellos días la cigüeña ya había visitado la familia Güete. Atender y amar a su esposo, no en términos patriarcales y mucho menos matriarcales. Todo lo contrario, tener cuidado de su matrimonio, cuidar ese vínculo, amar a esa persona por decisión libre y voluntaria demandaba determinación y valentía.
Recuerdo añade Sandra “Me despertaba en la madrugada prestaba atención a mis niños pequeños, atendía las responsabilidades de mi hogar, me esforzaba en ser una buena esposa, dar lo máximo de mí en el trabajo y en mis estudios. ¡Dios mío! Me cansaba físicamente. Mi esposo siempre me alentaba, es uno de sus lenguajes de amor, “el expresar palabras de ánimo y ponerlas en acción”. Pude superar un día a la vez todos esos retos. Sin romantizar o victimizar como me sentía en aquellos momentos. Me adapté a mi nueva vida, pero seguía soñando con superarme en este país, que te exige dar todo de ti”