La vida para Dania en los Estados Unidos empezó de la manera menos convencional. Pero firme de que esto era lo que ella quería, no miró atrás ni un solo instante y así avanzó. Con el novio de aquellos días juveniles afianzó su relación hasta el punto de volverse su esposa y la madre de sus tres hijos. Echaron raíces y decidieron luchar la vida en el país de las oportunidades. Es así como pasaron veinte años. Años en los que Dania experimentó grandes alegrías, pero también profundas tristezas. Entre los momentos que ella cuenta como bendiciones está el haberse reencontrado con Dios y superar los múltiples retos que encontró en el camino.
Dania sintió un profundo deseo de servir a Dios y recibió el llamado para ser pastora. La oportunidad y las puertas se abrieron para ella en una comunidad de fe Menonita llamada Peña de Horeb en Filadelfia, Pensilvania. Todo parecía perfecto. Tenía lo que siempre había soñado, un hogar, una casa acogedora y estabilidad económica, “el interrogante que nos surge es: ¿Qué pasa cuando todo esto se empieza a desmoronar? ¿Cómo lidiar con el miedo? ¿Cómo enfrentarse a los momentos de oscuridad que abrazan tu vida? ¿Cómo coexistir entre lo que un día fue, pero ya no es?”
El divorcio y en un callejón sin salida
El amor está definido de muchas formas. Como un sentimiento de afecto hacia otro ser humano o una cosa, como la decisión libre de sentir afinidad por otros u otras, como la fuerza más grande que mueve al ser humano. El amor nunca llega sin heridas.
Dania no fue ajena, ni distante a experimentar el dolor generado por la ruptura con su esposo. La vida empezó a tornarse difícil con él. Los constantes maltratos psicológicos y las humillaciones la hacían perderse en un callejón sin salida. El amor propio por ella misma menguó hasta tal punto que esto se vio reflejado en su mirada, en su cuerpo, en su piel, en la constante ansiedad que experimentaba.
Dania cuenta con tristeza: “Una parte de una siempre sabe en que puede terminar todo. Lo percibe, lo discierne, pero no lo entiende. Las señales o banderas rojas que aparecen en el camino son tan obvias como la frialdad de una conversación, la soledad en compañía, el silencio que genera la distancia, las incómodas miradas. Uno se hace la ciega para no mirar por miedo a no dejar ir cuando en realidad el dejar ir es el acto más hermoso de libertad.”
A Dania le hubiera encantado que la historia con su ex-esposo hubiera sido diferente. Lamentablemente es su historia, son sus heridas y sus cicatrices las cuales no se pueden borrar, ellas están ahí para continuamente enseñarle que si no hubiera recorrido este camino tal vez no se hubiera convertido en la mujer que es hoy en día. Una mujer tolerante, compasiva, llena de amor y de valentía que en medio de las más profundas aguas tenebrosas pudo salir a la superficie y levantar su frente en alto.
Nota del editor: La parte III de la historia de Dania continua la próxima semana.
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