Por estos días levantan el rostro entre los computadores y el cuaderno de notas para mirarse, se ríen en esa complicidad que provee la travesura, juegan con las palabras sin voz, hacen señales con las manos, a veces, el más valiente se atreve a levantarse de su silla, correr y volver de inmediato a su lugar sin que Ana alcance a verlo. Son una pequeña banda de cinco niños. Abdiel, Andrés, Eric, Marc y Jexson. Todos desde muy temprano en el edificio localizado en 440 de Snyder, de vez en cuando se suman dos o tres, pero sean cinco, siete o más, todos deben llegar a las 8:30am desayunados.
Ana recogiendo migas de galletas
Llegan del mismo modo, con su mochila colgada a la espalda, con almuerzo, snak, y la energía y actitud suficientes para una jornada larga de estudio. Allí, un poco más temprano, para recorrer cosas del suelo, como migas de galleta y acomodar las sillas y las mesas, llega Ana Cortés, esa amiga mexicana que de primera impresión conversa poco, pero está siempre atenta para estar presente donde haya que ofrecer un servicio o una ayuda.
En casa suele haber más de un niño estudiando por computadora
Hace unos meses la iglesia Centro de Alabanza de Filadelfia abrió sus puertas para recibir niños de su comunidad durante la jornada escolar en sus instalaciones. En el presente, debido al Covid-19, los edificios escolares fueron clausurados pero no el estudio, el cual fue desplazado a los hogares usando un computador con conexión a internet. Esta decisión trae de primeras, varias implicaciones, como son la capacidad técnica para conectar a cada niño a su clase – en casa suele haber más de un niño estudiando-, la nada fácil readaptación de los niños a su nuevo ambiente escolar, la fortaleza para estar de siete a ocho horas sentando frente a un computador y la capacidad de los padres para brindarles tutorías a sus hijos.
Niños solos por un par de horas
Lo cierto es que entre las familias que hacen parte de la Iglesia Centro de Alabanza, inmigrantes en su inmensa mayoría, suele pasar que tanto padre y madre trabajan, por eso acompañar a sus hijos en el estudio desde casa no suele ser tarea fácil, muchos de ellos han tenido que acomodar sus horarios, otros han tenido que gastar un dinero extra para el cuidoado de niños, complicado si se pone también sobre la mesa las circunstancias económicas para los inmigrantes en todo el tiempo que ha durado la pandemia, o sencillamente dejarlos solos por un par de horas mientras pueden ir y volver de sus horas de labor.
Tutora de niños para que no esten solos y estudien
Esta ha sido la motivación fundamental para que la iglesia pensara en brindar este servicio. En un comienzo fue el pastor de origen indones Aldo Siahaan, que compartió la idea con los pastores Fernando Loyola y Letty Cortés, sobre la ayuda escolar que ya ofrecian en su iglesia Philadelphia Praise Center. Ellos lo vieron como algo oportuno, que sería de inmensa bendición y colaboración para más de una familia de la iglesia, comentaron la idea a su hija Ana Cortés, quien aceptó ser parte de esto ofreciendo su tiempo como tutora de los niños que acudieran a la iglesia.
Malo si sí, malo si no
Desde entonces los niñon llegan a las 8:30 de la mañana, cargando a sus espaldas sus mochilas con sus almuerzos y salen a las 3:45 de la tarde con sus tareas hechas, con sus ojos pequeñitos y juegos por terminar para el día siguiente. Ana les ayuda a leer y a escribir cuando lo necesitan, ella misma acepta que no ha sido tan sencillo, “he tenido que trabajar mi paciencia”, y se entiende fácilmente, porque muchas veces los niños suelen tener como coro personal esa canción de la banda de rock en español Aterciopelados/ Bolero Falaz, que explica para el mundo de los adultos “Malo si sí, malo si no.”
Bebé ratón en el fondo de la caneca de basura
“Una vez – me cuenta Ana- el niño más pequeñito fue a la cocina para pelar una mandarina o algo así, entonces desde la cocina escuché su grito y cuando giré a ver él venía corriendo espantado”. Ana fue a inspeccionar qué había sucedido y resultó que un bebé ratón estaba en el fondo de la caneca de basura. El niño quería que lo pisaran, que lo golpearan con una escoba, que le dejaran caer un ladrillo encima, que lo metieran en la lavadora de ropa. Ana no era tan cruel, por eso resolvió sacarlo de la iglesia. Pero cuando el niño entendió lo que Ana estaba a punto de hacer se arrancó en un llanto trepidante “Maestra, no lo saques porque se va a morir de frío”. Era invierno, el niño lloró toda la tarde porque el ratón se congelaba. Desde entonces los niños, a pesar de todas las instrucciones de Ana, dejan comida bajo sus pupitres a propósito por si algún ratón también se cuida de la nevada y necesita algo de comer.