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News

The Steps Ahead

January 2, 2020 by Conference Office

by Stephen Kriss, Executive Minister

It’s finally here.  After decades of separation and years of conversation, the work of reconciling our Conferences back into one witnessing and ministering community is upon us.  We’ve spent years listening, worshiping, and dreaming.  But now the implementation is beginning.

The new board is in place as of this month.  John Goshow and Beny Krisbianto finished their terms.  Jim Musselman, Janet Panning and Roger Schmell join other remaining Franconia Conference board members as were affirmed this fall.  Rina Rampogu of Plains congregation reminded us as part of the structure and identity task force that there will be times over the next years where the old and the not yet and the new are all intermingling.  We are indeed in that time.  The first board meeting will be later this month.  Ken Burkholder is now the Franconia Conference moderator and will be the moderator of Eastern District and Franconia Conference beginning on February 1.

On February 1, we will begin to operate as one organization, for now Eastern District and Franconia Mennonite Conference.  We will have a new temporary website in place as well:  www.MennoniteConferenceX.org (not yet active).  Focus groups are meeting this month to continue the further discernment of our new name.   Staff persons may still have Franconia Conference email addresses for awhile in this in between period.  The last issue of Intersections will likely arrive in your congregation sometime yet this month.

We will have one shared budget and one staff.  I’ll continue to serve as the Executive Minister for our new Conference, and Mary Nitzsche will continue as Associate Executive Minister.  Most existing Franconia Conference staff roles will remain the same.  We’ll continue adding staff in the first months of 2020, including a staff person to work with Conference Related Ministries and leadership ministers who will accompany Eastern District congregations.   We will likely begin advertising for new positions this month.   We will be a Conference of 55 congregations and almost 30 Conference related ministries.  We will produce publications in English, Spanish, Indonesian, Haitian Creole, Cantonese and Vietnamese to serve our congregations.

Sometime in 2020, we anticipate our new name will be approved by the Conference board and a new website and branding will become available.  New committees — nominating and intercultural, specifically — will begin to operate at some point this year.   The executive team of the board will also be reconfigured.

Throughout 2020 we will also be working closely with the approximately eight Florida congregations set to join our Conference at our first Assembly in November, 2020.  We will be working to build strong relational ties between us and transitioning credentials for leaders from Southeast Conference.   We continue to have inquiries of additional congregations who are interested in joining.  We will need to work to pace growth sustainably and carefully.

We have important shared work ahead this year as we seek to collaborate with the Spirit to create a flexible and sturdy Conference that will serve our congregations and communities into the next centuries.   There is a sense of excitement in all of this and a sense of much yet to be done.  I hope that the transitions will be as seamless as possible and that when they aren’t, that we can be patient with each other as we are transformed in this process of reconciliation and renewal.

Vaclav Havel wrote that transformation is not simply staring at the stairs ahead of us, but actually taking steps to ascend them.  This is where we are now, one step at a time.

We are trusting again in the ancient and always-new story of God’s love, of the possibilities of Christ’s peace and the ongoing empowerment of the Spirit within each of us and in us as we carry this work of grace together.

Filed Under: Blog, News

Capítulo 4

November 29, 2019 by Emily Ralph Servant

ABISAÍ BERTHELY REYES

Me sumerjo en las notas. Cada una de sus palabras me parecen información significativa, claras como las palabras que se desprenden del buen vivir. 

Entonces lo miro, lo escucho. Antes de empezar me pidió disculpas y en cierto modo permiso para conservar el silencio hasta que no encontrara la respuesta adecuada, las palabras precisas. Es una forma de presentarse: -Así soy yo-.

Mi mano en el bolígrafo y escribiendo, mis ojos escapando furtivamente de las notas para mirarlo y de esa manera prosigo, al derecho y al revés, en ocasiones priorizando uno o lo otro. Lo veo y pienso: “podría comenzar la crónica describiéndolo en la forma que estaba esta noche, y anoto: ojos agotados, suéter verde (el color lo escribo después sobre el renglón), zapatones negros, jean oscuro, camisa gris, barba de dos días”.

La pregunta. Soy tan torpe de permitir que se me escape una pregunta que es más de cierre que de entrada, pero nos sirve para saltar a un tipo de estanque que son las memorias. 

¿Cómo le gustaría que se contara su historia? (existen tantas formas de interpretar esta pregunta, pero ya ni modos).

Es una sorpresa para ambos que esta vez no hayan lapsos prolongados de silencio. Las palabras se deslizan de su boca a una velocidad serena y rítmica.

Él es inmigrante, es latino, mexicano de Veracruz, estudioso y autodidacta. No mencionaré entre la frase principal del párrafo el adjetivo trabajador, porque a esta altura de las publicaciones sobre inmigrantes me parece que es algo más que obvio. 

Dice que en la belleza hay problemas y en la riqueza conflictos. Se enamoró de Estados Unidos y se enamoró en Estados Unidos. Del país por la diversidad de sus gentes, sus colores; y menciona, como algo que lo hace significativamente feliz, que uno de sus mejores amigos es afro.

“El paraíso debe parecerse a esto, con gente de todas partes”, dice Abísaí Bhertely y me recuerda a una sabiduría que recibí hace tantos años en Bogotá por parte de un taita Muisca, que decía que la leyenda del Dorado se basa en un acontecimiento real: “El fuego avisaría a las personas del triste futuro y entonces decidieron esconder su mayor tesoro, las memorias, de modo que los padres y madres de las memorias se convirtieron en pajaritos y volaron a los árboles”. 

Conecto con Abi de inmediato, hay algo que comprendemos mutuamente como latinos, mucho de lo difícil de vivir en otro país no está tanto en las palabras sino en el significado, o sea, en el pensamiento que le da espíritu a las palabras. Abi habla de la riqueza de los Estados Unidos, que se enamoró de ella, lo cual es su forma de decir que se enamoró de las gentes y su diversidad. 

Escucharlo es aprendizaje puro, y más porque en su voz no se encuentra ningún tono dogmático ni aire de profesor. Eso aumenta mi confianza en sus palabras. Entonces se me aclara una idea, una respuesta+, y me tomaré la libertad de confesarlo en este blog. Es sobre el escribir y el cómo escribir. Me han aconsejado que por facilidades de traducción trate de ser más directo, lo que es para mí otra forma de decir, “más ausente”. Pero siendo más ausente o directo, como sea que le digan, no podría ser más mentiroso. Hacer el teatro de que no estuve aquí, y negarme a la verdad de que las palabras de Abisaí, la manera en que compartirmos historias, de alguna manera me cambiaron, hicieron algo bello. No puedo escribir del encuentro a la vez que me desencuentro. Y si fuera de ese modo, entonces ¿para qué se escribe? Galeano, uno de mis escritores favoritos, dijo: “uno escribe para juntar sus pedazos”. 

BUENAS COSTUMBRES

Las buenas costumbres no se quitan. Cuando escucho a Abi hablar sobre su casa de México y su infancia de esfuerzos y humildad, me imagino ese pueblo cuidado por las montañas y el monte , donde las carreteras levantan tierra, los andenes son pasto y la luz del sol es amarilla y cálida. Un lugar con comida de casa que se vende en las esquinas y cada vecino saluda a su vecino en la calle. Ese sitio donde la madre de uno y las madres de todo el mundo, a lo menos, nos enseñaron a saludar.

Hoy Abi va por las calles de Philly y saluda a sus vecinos, pregunta sus nombres y trata de recordarlos. Dice que es un embajador silencioso, con una lucha silenciosa contra los prejuicios. Abi dice que nada es mejor cura para los prejuicios interculturales -y yo digo que para casi todo tipo de prejuicios- que una buena dósis de encuentros reales con las personas. A eso se dedica con su esposa Sarah  Berthely, una estadounidense hermosa que, según su esposo, lo enamoró invitándolo a comer a un restaurante mexicano que queda en barrio italiano y que cocinan la misma comida de su región. Yo le pregunto: ¿y cómo hiciste vos para ganar puntos con ella?

Se ríe, me promete que le va a preguntar. 

También hace alarde de la buena costumbre de recibir milagros y de vez en cuando encontrarse plata, y recuerda que en México tuvo, en época de estudios, muy buenos momentos de fortuna y que ahora, a lo menos, hace unas semanas se encontró un dólar. -Bueno -pensé yo- para no perder la buena costumbre-.

Me confiesa que lo hace feliz ver caras conocidas en las calles de la ciudad y en el subway porque lo hacen sentirse parte de la ciudad. Además suele invitar a sus amigos a comer: asiáticos, norteaméricanos, afros, latinos. Yo soy testigo. 

La comida también tiene identidades y colores. Por ejemplo, Abi me explica que las palabras mole, aguacate y chocolate vienen de la lengua ázteca Náhuatl. Gracias áztecas. Y le pregunto ¿qué es esa famosa comida que llaman gorditas? Me responde: Ahhh… y se le escapa un suspiro. 

Tanto quisiera seguir escribiendo sobre la conversación que tuve aquella noche con Abi por el sur de philly, pero debo parar pronto debido a las limitaciones del medio. Sólo añado sobre el sentimiento de indignación que sintió Abi una vez, y me lo confiesa, cuando fue testigo en una tienda de lo que llamaríamos racismo auditivo. Me quedo además con su frase: “El Dios en el que creo nos ama a todxs por igual”.

Y anuncio que en el futuro escribiré sobre esas cenas que realizan Abisaí y Sarah junto a otras dos familias de la cuadra, algunos de ellos menonitas, y que también parece ser que esconden el mismo objetivo haciendo uso del mismo pretexto: El encuentro por medio de la comida. Cena a la que además estoy gravemente implicado debido a mi costumbre de hablisuelto, y ahora mismo tengo un mensaje que pregunta por la fecha que estaré cocinando para ellos algunas arepas colombianas. Hoy es el tercer día y tengo que responder.

Autor: B. Javier Márquez 

Filed Under: El Blog de las Pequeñas Cosas, News

100 Inches of Rain

November 11, 2019 by Conference Office

by Brent Camilleri, Associate Pastor – Deep Run East Mennonite Church

Youth workers take part in a special resourcing seminar at Conference Assembly, Saturday, November 1. (Photo by Cindy Angela)

I am filled with hope any time I find myself in a room full of those who care deeply about the lives of young people and their voice in the church today. And so, I was feeling especially hopeful on Saturday November 2 as I attended Michele Hershberger’s seminar on youth ministry in a post-Christian era entitled “100 Inches of Rain.” Michele began by telling the story of the Choluteca Bridge in Honduras. Rebuilt in 1996, the bridge was an engineering feat. However, in 1998 Hurricane Mitch brought 100 inches of rain to Honduras in a period of just a few days. When the storm passed the Choluteca Bridge was still standing strong but the river had shifted course and no longer ran beneath the bridge, rendering it useless. In many ways this is how church ministry and, in particular, youth ministry feels today. Something has shifted, and the programs and approaches that felt successful two decades ago are no longer effective.   

Michele Hershberger (Photo by Cindy Angela)

And yet, Michele reminded us that this cultural shift isn’t cause for fear, but a challenge that can and should force us to adapt to the new flow of the river. Youth ministry is still vitally important. In fact the church needs its young people to lead today, not ten years down the road. God is in our youth right now, and the church is more resilient and effective when we minister WITH our youth, and not to them. To facilitate this type of ministry that works alongside our youth today, Michele Hershberger pointed out Four Conversions that the church needs to experience.

The first conversion is that we see youth differently. This means viewing them not as “Christians in training” but as fully integrated and vital parts of our communities. A 13-year-old 8th grader might be able to express truths about faith in a more effective way than I ever could. The second conversion that Hershberger highlighted is the need for us to see church differently. This means coming to terms with the fact that the church is not a building, it is US! As such, any time we gather, whether in a coffee shop or on a street corner, the church is there, making disciples who make more disciples…no building necessary. The third conversion that we need to undergo as we minister to youth in our post-Christian context is to see ourselves differently. Each of us is called to a mission field, no matter our age and no matter our profession. Plugged into Jesus, who is our source, we become the “wires” that carry the current of Christ with us everywhere we go. This is to be our primary calling as we follow Jesus and everything else should take a back seat! Perhaps it is a challenging call, but that is more than OK. Our young people are itching for a challenge, something that shows them just how real and important following Jesus is. And truthfully, we could all use a little more challenge in our faith. Michele brought our time to a close by highlighting the final conversion that we need, which is to see our success differently. She reminded us that this is God’s mission, not something that we own. And God invites ALL of us to make disciples, whether we are 12 or 42 or 92. Adults and young people are on this journey of faith together, and we need each other now more than ever as we work out how to faithfully follow Jesus.

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UN MISMO PLATO

November 10, 2019 by Emily Ralph Servant

Segunda parte

SE DA AVISO A LA IGLESIA SOBRE EL ABURRIMIENTO GENERALIZADO

Se puede decir que la historia de Jenna y Chema Villatoro se debe también a ese sentimiento justificablemente arraigado en los latinos de protestar frente a cada nuevo movimiento de los gobiernos. Así, sucedió para fortuna de ambos, que la Empresa ‘Energuate-Luz de mi Tierra’, administradora de la corriente eléctrica en Huehuetenango, se le ocurrió subir las tarifas, así como pasa casi nunca, y los Guatemaltecos resolvieron pacíficamente no pagar la tarifa. 

Esto desencadenó una larga temporada de noches totalmente oscuras en el pueblo natal de Chema Villatoro, que es Camojá – en lenguaje maya: árbol grande de aguacates-, a excepción de muy contados lugares como la iglesia Mi Redentor Vive, cuyo edificio con planta eléctrica por aquellos días fue literalmente una luz en la noche, y su entrada libre le jugó a favor provocando que una ola inesperada de jóvenes muertos, no de espíritu sino de aburrimiento, terminaran pasando las noches reunidos en su salón principal. 

Así fue que se vivió una necesidad eléctrica en el pueblo de Chema por aquellos días, inspirada quizá por la misma sucesión del destino que ocasionó que, en una de estas noches de velada, el celular de su amigo Renardo estuviera totalmente descargado, en ese exacto momento y preciso lugar, para que así fuera Chema y nadie más el que se viera intempestivamente apremiado con el deber de anotar el número telefónico de la profe Jenna, como quien no quiere la cosa, y a pesar de no ser él el preguntón original. 


Entonces la poca luz y las posteriores clases de inglés jugaron su papel en esta historia, como fichas puestas en el tablero. Pero si usted es de los que no creen en el destino, le complacerá saber que Jenna Villatoro también sigue argumentando que el día que conoció a Chema fue víctima de una operación meticulosamente planeada. 

EL PRESENTE

Hoy Jenna y Chema son una joven pareja que vive en su nueva casa de south Philly. Sirven en su iglesia Philadelphia Praise Center, una congregación casi totalmente Indonesa, y que es liderada por el pastor Aldo Siahaan. Jenna trabaja además en MCC mientras que Chema trabaja para una empresa que realiza cuidado de exteriores. 

Jenna fue la primera en vivir ese río de experiencias agridulces que experimentan los inmigrantes cuando están en un país lejano al suyo, años atrás cuando fue a servir a Guatemala como profesora de inglés.

 Pero el extranjero ahora en los Estados Unidos es Chema. Los primeros meses los vivió en un pueblo llamado Norristown que está igualmente en el Estado de Pennsylvania, y fue en Norristown donde nos encontramos para conversar en una buena panadería, conocida por Chema desde los primeros días, con pan diferente pero tan bueno como el que prepara cada día su mamá en Guatemala.

Norristown, así como muchos otros pueblos de esta zona del país, es un lugar con una población numerosa de inmigrantes que vienen de parte de todo el mundo. En una sola cuadra se puede vivir cierta jaqueca con tanto aviso de comidas de todas partes, y frustración si eres de afuera y sabes que el tiempo es corto y sólo se tiene la capacidad estomacal para escoger un lugar.

LAS PALABRAS

En este pueblo Chema conoció a Oliver, un inmigrante de Bolivia, quien le diría en algún momento “ El idioma simplemente te cambia todo. Sólo después de dos años sentirás que volverás a ser tú de nuevo, porque sólo después de ese tiempo comenzarás a sentirte cómodo con el lenguaje”. 

Un inmigrante descubre que las palabras con las que decimos, siempre nos estuvieron diciendo. Siempre nos estuvieron creando. Mucho del idioma que nos enseñó nuestra madre hace parte de la materia de nuestra alma.

 Y si llegas al tercer país con la mayor población del mundo, frente a la complicada realidad que, por lo pronto, no vas a poder profundizar ni en el clima, no vas a poder preguntar correctamente cómo llegar a algún lado, ni siquiera vas a poder “hacerte el gracioso”… y además la ironía estará siempre como una sombra: jamás en tu vida aprendiste tantas nuevas palabras al mismo tiempo que nunca tuviste que estar tan callado…

Mucho de lo que es ser inmigrante se comprende con esa palabra: Silencio -¿sombra?-. Es un ser que desea tanto la profundidad del lenguaje para poder comunicarse, para poder conectar, pero los pulmones no le alcanzan. 

FRIENDS

Hendy Matahelemual es otro inmigrante que viene de Indonesia. Fue además una de las primeras personas que conoció el autor de este blog; Hendy, como un inmigrante con muchos consejos, me recomendó algo interesantemente sabio para introducirme en este nuevo universo de palabras: “Necesitas ver la serie FRIENDS”. Sí, la misma serie de 10 temporadas donde actúa una Jennifer Aniston debutante y se oyen risas pregrabadas cada 30 segundos. 

Pero la razón es profunda: “No sólo basta con aprender las palabras, también debes entender su significado; si aprendes qué los hace reír, los conocerás”. 

Chema no vio esta serie, pero también reconoce el valor del humor. La falta de comunicación es el muro más grande al mismo tiempo que las palabras son la materia principal para construir los puentes. Y es el caso de una gran cantidad de inmigrantes que uno de sus primeros objetivos es construir ese puente, incluso cuando, en medio de ese empeño, han tenido que renunciar en muchos sentidos de sí, trabajar por ejemplo en cosas nada cercanas a sus oficios o preparaciones. 

Las palabras, el destino, la fe, el trabajo, los amigos, son los remos de éstas vidas. Chema recuerda que gracias a que pudo trabajar por un verano como profesor sustituto y, de esta manera, gracias a la solidaridad inocente de los niños logró superar la gran prueba de la inseguridad al hablar en otro idioma. 


Cuando se habla con Jenna y Chema algo es seguro: son dos personas de fe y de amigos. Se deben a ambos. O si no pregúnteles por aquella vez que en Guatemala, frente a la inminente vuelta de Jenna a los Estados Unidos, Chema organizó una cena especial y en el instante de abrir la puerta de su casa lo primero que las velas iluminaron fue el hocico alegre de su amigo  y mascota Lucas, que comía de uno de los platos servidos.

 ¿El perro también era parte de esta conspiración romántica?

Autor: B. Javier Márquez

 

Filed Under: El Blog de las Pequeñas Cosas, News

Backpacks for the Border

November 7, 2019 by Conference Office

by Javier Marquez, intercultural communication associate, with Emily Ralph Servant

On the night of October 18, 2019, a group of adults and children worked for several hours at the Material Resource Center, a part of Mennonite Central Committee’s ministry in Harleysville, PA. The objective of the project was to put together kits of basic supplies that will be delivered to migrants who crossed the border from Mexico. Members of Franconia Conference contributed the helping hands and gave resources to make the project a reality: 370 kits were packed that night, and the rest of the $20,000 donated by the conference (via churches, individuals and a matching grant) will be sent to MCC Central States to purchase additional supplies.

The kits consisted of a set of useful products such as towels, notebooks, pens, water, and other basic necessities for people who have recently been released from migrant detention camps.  Although simple, these kits represent a direct and tangible way to contribute to the needs of immigrants who enter the United States looking for a new home.

The work on the 19th was an example of solidarity and mutual help.  Thanks to 20 volunteers from three southeast Pennsylvania churches (Indonesian Light Church, and Philadelphia Praise Center, Plains Mennonite Church), the kits were efficiently packed in a large collection of green backpacks and were ready in time to be sent from Harleysville to be distributed through MCC Central States.

Each of these churches, in addition to belonging to Franconia Conference, is a community that includes many first- and second-generation immigrants. Although these immigrants come from different places on the map, such as Indonesia and Mexico, they each have left behind what is familiar to embark on a trip, marked by difficulties and uncertainty.  In understanding and solidarity, they gathered to fill backpacks as people who are aware of the pain and joy of migration.

The children were encouraged to share which countries they were from and they diligently helped for the almost-two-hours that the work took. After the backpacks were filled, the workers gathered together to join in a prayer led by Pastor Hendy Stevan Matahelemual of Indonesian Light Center.  They prayed specifically for those who would receive the kit and in general for each person who undertakes the trip and who seeks a place that guarantees their rights and, even, saves their lives.

Filed Under: Articles, Blog, News Tagged With: Indonesian Light Church, Javier Marquez, MCC, MCC Material Resource Center, Mennonite Central Committee, missional, Nueva Vida Norristown New Life, Philadelphia Praise Center

LO QUE NOS HACE SER

November 4, 2019 by Emily Ralph Servant

 

¿QUÉ HACÍA ANTES DE VENIR A SERVIR?

Crecí en San Nicolás, un pequeño barrio al sur de la parte urbana del municipio de Suacha. Si pensamos que Suacha es un tejido extenso, como efectivamente lo es, diría entonces que vivía justo en ese punto que se unen dos líneas de colores distintos, no en medio de, sino entre la zona rural y la parte urbana.

Crecí como cualquier niño, haciendo tareas en la tarde para el día siguiente y tratando de ganarme las dos o tres horas de salida que quería para jugar; no comprendía a fondo la razón de las prohibiciones, tan solo trataba de acatar las órdenes la mayor parte de tiempo. Pero crecía y “acatar” era cada vez más difícil. Entonces ya no eran suficientes los sitios ordinarios, para vivir eran necesarios esos sitios aledaños, que consideraba fronterizos, los que estaban justo detrás del muro de un metro con cincuenta. 

San Nicolás parece un pequeño refugio, está cercado por todas partes, con dos puntos de acceso, dándole un cierto aire de canasta rota. De sur a norte se levanta un muro de piedra cuya altura varía de un metro a los tres. Mientras que desde el lado sur hasta el punto occidental existe un alambrado de púas y, del mismo modo, en el lado oriental, los muros traseros de tres fábricas. Las puertas están en el punto norte y oeste. Gracias a estos muros y el alambrado logré aprender con los años lo que significa la expresión: propiedad privada. 

Sí, no era un asunto de seguridad como había aprendido de niño, era que todos los árboles que veía del campo, los cuales iban desapareciendo progresivamente, le pertenecían a alguien con el apellido Pastrana; el río no se escapaba de sus bastos dominios, mucho menos la sombra bajo la cual descansamos cada vez que de niños hacíamos lo indebido y saltábamos el muro (que se hacía cada vez más alto, puede que por nuestra culpa); ni la orilla del río que yo empecé a correr todos los sábado como un convicto cuando en realidad estaba corriendo por correr simplemente, nada se escapaba de sus dominios… excepto yo. 

Fueron veinte años en medio de esos muros y veinte años simplemente traspasándolos, haciendo alarde de esa natural rebeldía. Y fue justo en ejercicio de esta labor: jugando entre los árboles más allá del muro y trotando en el río mientras me abría camino a través de las púas, que empecé a encontrar parte de mi impulso propio, un indicio de sentido para la vida. 

Entonces comencé a prestar más atención a una simple palabra: Puente. Como si el resultado de una cotidiana y regular forma de vivir, venida a demás de un joven común y corriente, luego de años hubiese gestado, no tanto con teoría sino con ritmo, significado, o por lo menos sentimiento, a esa palabra corriente, venida a diario a nuestro lenguaje sin el mayor brillo.

Antes de venir como Iveper, ya estaba recorriendo el cuerpo de esa palabra como un caminante se entrega a la montaña, como Neruda y la mirada distante de ella: ‘Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes/ a tus ojos oceánicos. Allí se estira y arde en la más alta hoguera/ mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago’.

Y así en cada espacio. En la iglesia, siendo parte de una comunidad de fe que a diario tiene un diálogo con sus propias formas y que busca la luz del espíritu que se abre paso en medio de la comunidad. En mi familia, tan humana y humilde, llena de luchas y necesitada de reconciliaciones. En la universidad con tanta batalla de discursos y militancias teóricas que muchas veces desconocen, solo porque no comprenden, el pensamiento nuevo, la genuina creatividad, el avance a partir de nuevos lugares, sin necesariamente acudir a orillas o escoger lados del muro. 

Por eso he escrito de esta manera un blog que preguntaba inicialmente sobre ¿Qué hacía antes de venir a servir? -sabemos que en el fondo de las cosas podemos encontrar el espìritu del artesano- Para, en vez de rendirme ante la simpleza, además bastante jarta, de construir una lista poco musical, un curriculum, de lo que he hecho en mi país, intentara sobre todo comprenderlo, escarpar por el significado, o masticarlo y botarlo en tierra, como ya lo hacían nuestros padres indígenas con la hoja de coca, hace miles de años conscientes que todo va y todo viene. 

´UN DATO DE DIGNIDAD Y VERDAD: LA HOJA DE COCA ES ALGO TOTALMENTE DISTINTO A  ESA SUSTANCIA PODRIDA QUE TIENE EL NOMBRE DE COCAÍNA Y QUE ADEMÁS NOS HA ESTIGMATIZADO GRAVEMENTE ANTE LOS OJOS DEL MUNDO. COLOMBIA, TERRITORIO INDÍGENA.

Autor: B. Javier Márquez 

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Capítulo 1

October 22, 2019 by Emily Ralph Servant

Terminando la cena Paty nos decía a Carlos y a mí que los sabores saben más en Honduras. Me decía: “de ahora en adelante voy a cocinar de éstas para Kevin” y terminaba diciendo que su casa no era tanto de sodas como sí lo era de jugos, recordando aquel día cuando le trajeron, para la celebración del cumpleaños de su hijo mayor, media docena de litros de gaseosa.

Mi reloj marcaba una hora y media -aunque sigue una hora atrasado- y el cielo empezaba a oscurecerse, haciendo de la noche verdaderamente noche en esos que fueron largos días de verano, cuando Paty se puso en pie y dijo “desde que Rosie aprendió español nos entendemos mucho mejor” acariciando al mismo tiempo su pelaje blanco de gata vieja.

SIN LUZ

Al momento de llegar a su casa me di cuenta que algo extraño pasaba porque las personas estaban en la puerta o por la calle. Comencé a vacilar entre un lugar y el otro hasta que una señora sentada en las escaleras de su puerta me ayudó a encontrar el número 946. De hecho, la casa estaba frente a mí, pero el número se había vuelto borroso con los años. 

Le escribí un mensaje a Paty y al instante abrió la puerta. Nos saludamos. Al entrar noté con claridad qué es lo que sucedía en toda la cuadra: la sala estaba oscura y sofocaba, por un corto que había sucedido pocas horas después del medio día. Carlos estaba en el fondo, sentado como si fuera un utensilio más sobre los muebles. Para él era peor, porque no sólo soportaba el calor de la tarde sin la ayuda del AC, además acababa de perder esa mañana una de sus muelas derechas, la anestesia perdía efecto y el hambre le imprimía un deseo suicida por masticar algo. 

CON FUEGO

Recosté la bici sobre un mueble, me descolgué la maleta y saqué la harina de maíz precocida. Paty trajo, proveniente de diferentes zonas de la casa, unos velones amarillos y verdes que usamos para iluminar la cocina y prender el fogón. Entonces empezó el trabajo que nos reunía: la tarea de mezclar la harina con la leche, el agua tibia, la sal y el queso. Con “su-avena y su pitillo”, para evitar grumos, como decimos en Colombia; pensamos por un instante en lo similar que era el proceso de hacer una masa al proceso de preparar el cemento para la construcción. Entonces sentí que un animal me saludaba desde el suelo con un hocico húmedo: era Duke, un perro grande de 5 años.

Sin molde empezamos a darle forma de arepas a la masa, que es la forma de un disco, y las fuimos poniendo una a una en la plancha sobre el fuego a media intensidad. El plan eran 4 pero nos salieron 6. En esos pequeños minutos, a luz de vela y sonido de fuego y olla, daba la impresión de haber calma en el sur de Filadelfia. Preparábamos la cena sin modernidad, hablando de nuestras comidas en cada paìs, Honduras y Colombia; yo le hablaba un poco de los milagros recientemente descubiertos en la comida Indonesa, mientras esperábamos con paciencia el trabajo del fuego para darle vuelta a la arepa. 

LAS CUENTAS NO FALLAN

En la casa de Paty y Carlos casi todos hablan más de una lengua. Paty lleva 25 años en los Estados Unidos mientras que Carlos lleva 21 desde que se vino del Salvador. Además Carlos sabe el lenguaje de la música, que le suma, y lo comparte cada domingo con sus hermanos de la iglesia Menonita Centro de Alabanza. Por su lado, Paty dice que habla español pero entiende muy bien el inglés y Kevin es un joven que podríamos meterlo perfectamente en la categoría de los que tienen dos lenguas madres. 

Lo más extraordinario es la cualidad casi políglota e intimidante de su gata Amanda,vieja y mañosa, que aprendió el inglés en sus años mozos con su primera familia cuando comenzó a reconocer “Come, time to eat”, pero luego tuvo que aprender el español “ven a comer” para sobrevivir en sus años de adulta en la casa de Paty; y de antemano se sabe que siempre a manejado el lenguaje felino con absoluta naturalidad.

Por ahora el inventario es el siguiente: Paty: español-inglés. Carlos: español-inglés y el lenguaje de la música. Kevin: español-inglés. Amanda: inglés, español y el lenguaje de los gatos. Y el perro Duke… hasta el momento no se le ha comprobado otro lenguaje al de ladrar hasta cuando llega la luz y suena que empieza a andar la nevera.

CASUALIDADES

El Salvador y Honduras son países de centro América mientras que Colombia es un país suramericano. Pero no solo nos une el vasto territorio de las Américas, también nos une la familiaridad de buscarle chiste hasta a los dolores de muela, el gusto por las playas y ese gusto frenético que tenemos por las tortillas y las arepas, hermanas mellizas. 

Esta noche comíamos arepas pero el día que conocí a Paty y a Carlos comíamos tortillas luego del servicio dominical de la iglesia. El pretexto era el mismo: la comida; el lugar igual: la mesa; y el objeto el mismo: encontrarnos. 

Autor:  B. Javier Márquez

 

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Lifting Up the Gifts of Others

October 14, 2019 by Conference Office

by Jennifer Svetlik, Salford congregation

Randy Heacock particularly enjoys helping congregations think through their communications processes. “Many congregations tend to do a lot of informal communication, which can privilege the inner, familiar circles and unintentionally leave a lot of people out,” he reflects.  “It is lifegiving to help congregations better understand what they’re trying to accomplish and to communicate more effectively.” 

Randy serves as a leadership minister for Bally, Rocky Ridge, Towamencin and Wellspring congregations. In this role, he seeks to accompany and encourage not only the congregation’s pastors, but the congregation as a whole. He occasionally speaks in these congregations and meets bimonthly with their pastors and annually with church leadership.

“I enjoy watching congregations own their decisions, lean into them, and try to be faithful to what God is calling them to do,” Randy says. Recently he has been an observer and cheerleader to Tim Moyer at Bally as the church seeks to move to from a membership-driven to a “centered set” approach to church life. 

As a leadership minister he also seeks to be available to the congregation during times of transition, such as with Towamencin, where he serves on a search committee looking for a new lead pastor. Accompanying congregations through transition includes being available during times of crisis or loss.

“In December 2018, [Pastor] Mike Meneses passed away, and that was an intense time of walking alongside Mike as well as the Wellspring congregation,” Randy reflects. 

Randy became a leadership minister in January 2017. He had served as lead pastor of Doylestown congregation since 2001 and was drawn to the leadership minister position as an opportunity to share what he has learned with other pastors, as well as to bring back to Doylestown what he learns from other congregations.

Previously, Randy served in ministry with the United Methodist Church (UMC). “The faith I was raised with was more intellectual and theological, and I found myself attracted to the more relational approach of the Mennonite Church, as well as the call to love our enemies and those different from us.” 

Randy and wife Nancy

His time with the UMC still influences the way that he sees leadership. “As pastors we do have authority and we shouldn’t be afraid to exercise it. At times the servant leadership model in the Mennonite church has made us shy away from the responsibility we have to exercise that authority for the good of the community.”  

In 2000, Randy had a “gap year” between pastorates, something that he recommends for every pastor. Through a year working in a chime factory, Randy developed a deep appreciation of entrepreneurs and small business owners who treat their employees respectfully and carry the stress of providing jobs and creating a successful business.  

The experience prompted him to identify ways to lift up the gifts of small business owners. “We have not known well in the church how to engage entrepreneurs and their creativity. We are risk-averse and afraid of failure in the church, and that tends to choke out entrepreneurs. Businesses move on from failure much better than churches,” he reflects.

More broadly, working outside of ministry has helped remind Randy of what daily life looks like for most churchgoers, and how to better serve them. “As pastors we focus too much on what happens in church. Church is a small piece of what people do. We should instead focus on how to help people connect their experience in church with how they engage in the world.” 

Randy also emphasizes the importance of pastors having a life outside of work. “I think it’s vital for pastors to have circles outside of their church to be themselves and have fun. It’s not healthy to be too identified to your work,” Randy encourages. 

For Randy, this looks like playing trivia weekly at a local establishment with a group of friends, hiking, being outdoors, and fixing things. Notably, he finds regularly waxing his car enjoyable and relaxing. 

Filed Under: News Tagged With: Doylestown Mennonite Church, LEADership Ministers, Randy Heacock

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