ABISAÍ BERTHELY REYES
Me sumerjo en las notas. Cada una de sus palabras me parecen información significativa, claras como las palabras que se desprenden del buen vivir.
Entonces lo miro, lo escucho. Antes de empezar me pidió disculpas y en cierto modo permiso para conservar el silencio hasta que no encontrara la respuesta adecuada, las palabras precisas. Es una forma de presentarse: -Así soy yo-.
Mi mano en el bolígrafo y escribiendo, mis ojos escapando furtivamente de las notas para mirarlo y de esa manera prosigo, al derecho y al revés, en ocasiones priorizando uno o lo otro. Lo veo y pienso: “podría comenzar la crónica describiéndolo en la forma que estaba esta noche, y anoto: ojos agotados, suéter verde (el color lo escribo después sobre el renglón), zapatones negros, jean oscuro, camisa gris, barba de dos días”.
La pregunta. Soy tan torpe de permitir que se me escape una pregunta que es más de cierre que de entrada, pero nos sirve para saltar a un tipo de estanque que son las memorias.
¿Cómo le gustaría que se contara su historia? (existen tantas formas de interpretar esta pregunta, pero ya ni modos).
Es una sorpresa para ambos que esta vez no hayan lapsos prolongados de silencio. Las palabras se deslizan de su boca a una velocidad serena y rítmica.
Él es inmigrante, es latino, mexicano de Veracruz, estudioso y autodidacta. No mencionaré entre la frase principal del párrafo el adjetivo trabajador, porque a esta altura de las publicaciones sobre inmigrantes me parece que es algo más que obvio.
Dice que en la belleza hay problemas y en la riqueza conflictos. Se enamoró de Estados Unidos y se enamoró en Estados Unidos. Del país por la diversidad de sus gentes, sus colores; y menciona, como algo que lo hace significativamente feliz, que uno de sus mejores amigos es afro.
“El paraíso debe parecerse a esto, con gente de todas partes”, dice Abísaí Bhertely y me recuerda a una sabiduría que recibí hace tantos años en Bogotá por parte de un taita Muisca, que decía que la leyenda del Dorado se basa en un acontecimiento real: “El fuego avisaría a las personas del triste futuro y entonces decidieron esconder su mayor tesoro, las memorias, de modo que los padres y madres de las memorias se convirtieron en pajaritos y volaron a los árboles”.
Conecto con Abi de inmediato, hay algo que comprendemos mutuamente como latinos, mucho de lo difícil de vivir en otro país no está tanto en las palabras sino en el significado, o sea, en el pensamiento que le da espíritu a las palabras. Abi habla de la riqueza de los Estados Unidos, que se enamoró de ella, lo cual es su forma de decir que se enamoró de las gentes y su diversidad.
Escucharlo es aprendizaje puro, y más porque en su voz no se encuentra ningún tono dogmático ni aire de profesor. Eso aumenta mi confianza en sus palabras. Entonces se me aclara una idea, una respuesta+, y me tomaré la libertad de confesarlo en este blog. Es sobre el escribir y el cómo escribir. Me han aconsejado que por facilidades de traducción trate de ser más directo, lo que es para mí otra forma de decir, “más ausente”. Pero siendo más ausente o directo, como sea que le digan, no podría ser más mentiroso. Hacer el teatro de que no estuve aquí, y negarme a la verdad de que las palabras de Abisaí, la manera en que compartirmos historias, de alguna manera me cambiaron, hicieron algo bello. No puedo escribir del encuentro a la vez que me desencuentro. Y si fuera de ese modo, entonces ¿para qué se escribe? Galeano, uno de mis escritores favoritos, dijo: “uno escribe para juntar sus pedazos”.
BUENAS COSTUMBRES
Las buenas costumbres no se quitan. Cuando escucho a Abi hablar sobre su casa de México y su infancia de esfuerzos y humildad, me imagino ese pueblo cuidado por las montañas y el monte , donde las carreteras levantan tierra, los andenes son pasto y la luz del sol es amarilla y cálida. Un lugar con comida de casa que se vende en las esquinas y cada vecino saluda a su vecino en la calle. Ese sitio donde la madre de uno y las madres de todo el mundo, a lo menos, nos enseñaron a saludar.
Hoy Abi va por las calles de Philly y saluda a sus vecinos, pregunta sus nombres y trata de recordarlos. Dice que es un embajador silencioso, con una lucha silenciosa contra los prejuicios. Abi dice que nada es mejor cura para los prejuicios interculturales -y yo digo que para casi todo tipo de prejuicios- que una buena dósis de encuentros reales con las personas. A eso se dedica con su esposa Sarah Berthely, una estadounidense hermosa que, según su esposo, lo enamoró invitándolo a comer a un restaurante mexicano que queda en barrio italiano y que cocinan la misma comida de su región. Yo le pregunto: ¿y cómo hiciste vos para ganar puntos con ella?
Se ríe, me promete que le va a preguntar.
También hace alarde de la buena costumbre de recibir milagros y de vez en cuando encontrarse plata, y recuerda que en México tuvo, en época de estudios, muy buenos momentos de fortuna y que ahora, a lo menos, hace unas semanas se encontró un dólar. -Bueno -pensé yo- para no perder la buena costumbre-.
Me confiesa que lo hace feliz ver caras conocidas en las calles de la ciudad y en el subway porque lo hacen sentirse parte de la ciudad. Además suele invitar a sus amigos a comer: asiáticos, norteaméricanos, afros, latinos. Yo soy testigo.
La comida también tiene identidades y colores. Por ejemplo, Abi me explica que las palabras mole, aguacate y chocolate vienen de la lengua ázteca Náhuatl. Gracias áztecas. Y le pregunto ¿qué es esa famosa comida que llaman gorditas? Me responde: Ahhh… y se le escapa un suspiro.
Tanto quisiera seguir escribiendo sobre la conversación que tuve aquella noche con Abi por el sur de philly, pero debo parar pronto debido a las limitaciones del medio. Sólo añado sobre el sentimiento de indignación que sintió Abi una vez, y me lo confiesa, cuando fue testigo en una tienda de lo que llamaríamos racismo auditivo. Me quedo además con su frase: “El Dios en el que creo nos ama a todxs por igual”.
Y anuncio que en el futuro escribiré sobre esas cenas que realizan Abisaí y Sarah junto a otras dos familias de la cuadra, algunos de ellos menonitas, y que también parece ser que esconden el mismo objetivo haciendo uso del mismo pretexto: El encuentro por medio de la comida. Cena a la que además estoy gravemente implicado debido a mi costumbre de hablisuelto, y ahora mismo tengo un mensaje que pregunta por la fecha que estaré cocinando para ellos algunas arepas colombianas. Hoy es el tercer día y tengo que responder.
Autor: B. Javier Márquez
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