Sandra nació y creció en Cartagena, Colombia. Rodeada de hermosas calles antiguas, elegantes edificios coloniales, balcones decorados con macetas florales que adornan la ciudad que alegran tanto a locales como a visitantes. En su juventud, ella anhelaba ser una destacada maestra. Cuando ingresó a la escuela normal superior para prepararse en aquel oficio, ella sintió que había llegado al lugar correcto “era como estar viviendo un sueño, mi sueño”
Creció en un hogar bastante estricto y que practicaba la fe católica. Recuerda que su papá le inculcó que debía esforzarse y sobresalir. Esta era la herencia que él le podría dejar -la educación-. Ese bien intangible que perdura en el tiempo, es inagotable y que nadie le podría quitar jamás.
Las decisiones del hoy, son el mañana que soñamos
“Labrarme un camino, no había otra opción. Si yo no lo hacía, nadie más lo haría. Y por más crudo que sonara, esa era la realidad para mi, en ese momento en Colombia. ¿Quién me ayudaría? ¿El Estado indiferente, las amistades efímeras, un amor pasajero, el destino o la suerte? Nadie lo haría. No obstante, mi futuro estaba en mis decisiones”.
Sandra disfrutó haber estudiado para ser profesora donde se graduó y trabajó como maestra por un corto tiempo. Hasta cuando cumplió 20 años y conoció a quien sería el amor de su vida. Un muchacho proveniente del archipiélago de San Andrés y Providencia, ubicado en el caribe colombiano quien se mudó al mismo vecindario donde ella vivía, de nombre Marco Güete.
Tres meses después de haberse conocido con aquel joven se dieron el sí, en una íntima ceremonia donde el mar de Cartagena fue testigo de su amor.
Ella sabía que un día dejaría su hogar y su país. Lo que no sabía era que esto sería más pronto de lo que pensaba. Viajó a los Estados Unidos para reunirse con su esposo quien había viajado ocho meses antes que ella, en busca del sueño americano.