Por Javier Márquez
En cada diciembre, luego de montar las pocas decoraciones y las pocas luces navideñas que tengo en mi aparta estudio, busco sentarme en algún asiento y mirar por un largo tiempo el árbol y las luces. Entonces apago las lámparas, cierro las cortinas, escondo la distracción del teléfono y me siento a observar. A veces puedo tardar horas hundiéndome en la silla mientras siento que entro en una especia de estado de calmada fascinación que me impide apartar la mirada de las luces y el árbol navideño. Durante ese tiempo paso por diferentes etapas: contemplación, oraciones, meditaciones, aunque sin duda el momento más increíble es ese en el que las palabras se han terminado de mezclar con el aire calmado y de coro mudo del ambiente, donde los pensamientos dejaron de ser verbales y han alcanzado su estado más puro. Allí me encuentro conmigo mismo y con Dios, abrazados por la lumbre primaveral de las decoraciones navideñas.
Ese es quizá el momento más bello y necesario del año, un momento de silencio lirico, en el que pequeños juegos de frágiles luces me hacen desear que la noche sea eterna y que esas luces jamás se apaguen. Un tiempo de intimidad, tal vez el mismo ámbito que la Virgen María vivió durante cada una de las noches que cuido en su cuna el dormir del niño Jesús.
Otro momento que me encanta es cuando estamos en la época de las novenas. Las novenas son una celebración del mundo católico español que consisten en realizar unas lecturas litúrgicas durante los últimos 9 días antes de la noche del nacimiento de Jesús -que para la cultura cristiana romana es el 24 y no el 25-.
Estas lecturas conservan las expresiones y el ritmo en prosa de un castellano antiguo, así que cuando se leen en voz alta, suenan raro, como catedrático borracho, como un latín menos difícil que el latín real pero más complicado que el castellano que todos hablamos. Además de las lecturas hay cantos y villancicos, que los niños cantan con instrumentos hechos por ellos mismos, alrededor del pesebre y bajo el árbol de navidad.
Solo cuando han comenzado las novenas, me siento por fin en época de navidad, y esto significa para mí, que llegó el fin de año. Es el momento más especial porque en mi familia cada casa se rota la celebración de la novena de un día y todos nos visitamos durante cada una de esas nueve noches para rezar la novena, cantar los villancicos, y comer una cena espectacular que se ha cocinado por la familia anfitriona.
Con muchos de mis familiares no me veo durante todo el año sino hasta las novenas, entonces es el tiempo de preguntar por qué ha sido de sus vidas durante ese año y ver año a año como nos vamos volviendo viejos y los niños van creciendo. No solo hay rezos y cantos, también hay muchos chistes y bromas por lo feo que cantamos los adultos. Los niños aman disfrutar del pesebre y se rotan el libro de las novenas para practicar su lectura en voz alta.
Es un tiempo de encuentro maravilloso, en el que anunciamos noche a noche la venida del niño Dios, la valentía de la virgen María, la afabilidad de José, la inocencia de los pastorcitos, la humildad de los aldeanos, y hasta celebramos “los peces en el río”.
Como habrán notado, esta es una celebración católica, no protestante y menos menonita, y resaltar este hecho es precisamente uno de los puntos más importantes de este texto. Porque justamente cuando era niño, mi familia, quienes somos cristianos protestantes, no compartíamos con mi familia cristiana católica durante la navidad – debido a esos dilemas teológicos que los niños no entienden y que los adultos sinceramente tampoco-.
Ellos hacían sus novenas mientras nosotros íbamos a la iglesia. Ellos armaban sus pesebres mientras nosotros armábamos el árbol de navidad. Ellos cantaban los villancicos mientras nosotros cantábamos alabanzas. Ellos recibían los regalos del Niño Dios mientras nosotros los recibíamos de Santa Claus que trabajaba, según las explicaciones ministeriales de mi madre, para el Señor Jesucristo.
No puedo recordar exactamente cuándo fue el buen día en el que se nos hizo el milagro navideño y recordamos que la navidad es una celebración que nos une a todos los cristianos y entonces se comenzó a hacer la novena familiar entre todos -como gente normal-, acompañándonos para esperar al Niño Jesús y los Reyes Magos que venían siguiendo la estrella que anunciaba la noche de la Natividad-Navidad. Pero lo agradezco inmensamente.
Durante esas noches ahora unimos pesebre y árbol, así como villancicos y oraciones que son solo un símbolo de nuestra unión -debido que la navidad es un tiempo de transparencia, confesaré que lo que más disfruto es la comida, uno no puede dejar de ser serio-. Si le ponemos un visor histórico, en mi familia hemos creado un símbolo de reconciliación histórica entre reformados y contra-reformados, con el simple hecho de recordar que somos todos los mismos paisanos, familiares, de la misma cuna y la misma arepa con café, y que celebramos el mismo acontecimiento, durante las mismas fechas y por las mismas razones: el nacimiento de Jesús.
Todas las navidades encuentro lo mismo: el calor del silencio espiritual y el calor de la espiritual más cristiana de todas: la del amor familiar.
Javier Márquez
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