“Pronto Robinson comenzará a estudiar en el Seminario Biblico Anabautista Hispano- SeBAH, ahora termina el Instituto Biblico Anabautisa-IBA, una de sus pasiones es predicar y siente de Dios el llamado misionero.”
Cuando lo vi por vez primera en la iglesia Seguidores de Cristo de Sarasota, Florida, recuerdo que era mi primera mañana en esta ciudad que sorprende por las calles limpias y brillantes ante el golpe seco de la calurosa luz del sol. Estaba emocionado sobre todo por la arquitectura inglesa del templo donde se congregan. Esa construcción en forma de capilla adventista, con un frente empinado y que finaliza en punta triangular, de colores azul cielo, que parece un signo inequívoco de la cercanía del Caribe, fachadas de madera, porche y un aire colonial inglés, cotidianidad indiferente para las personas que viven en estas regiones, pero que para mí, que vengo de una sociedad católica, y cuyas características estéticas son españolas y árabes, mucho más complejas y con mayor ambición artística, resultan peculiares, algo inéditas.
Robinson llevaba una camiseta roja, se sentaba junto a los pastores en una postura de silencio atento y algo tímido y cuando le llegó su turno de hablar contó que venía de Colombia, que era huérfano por la guerra y salía exiliado. Que era líder de jóvenes en Seguidores de Cristo y se preparaba en el IBA. Después cuando hicimos contacto, dejó al descubierto su inmensa humildad por lo mucho que no había dicho en su presentación, que habría podido ser su muy arraigada, familiar, ancestral vocación artística, y que en una mañana de gloria e inspiración le había anotado tres goles al legendario defensor de la selección Colombia, inolvidable capitán del Boca Jr. de Bianchi y en un futuro posible presidente de esa institución religiosa, Jorge el Patrón Bermúdez.
Él y su familia, que son su esposa Yamile y sus dos hijos Wilches y Santiago (más el que viene en camino), poseen una capacidad de risa con un rastro aborigen y desafiante. En una serie de dos capítulos que se publicó en este medio en algo que se llamó el Blog de las Pequeñas Cosas, donde narro parte de su vida, se sobre entiende la fuerza de belleza y osadía que existen detrás de esas sonrisas honestas de la manera de vivir. Una noche, en un restaurante de comidas rápidas, su hijo mayor Wilches, que tiene como práctica el dar respuestas con la más pura sinceridad y la puntería de los mejores arqueros olímpicos, me respondió sobre sus preferencias deportivas de la siguiente manera: “soy hincha de los Nuggets y las papas fritas”, untaba su papa en una copa de salsa BBQ, y de inmediato me pasó un resumen de su perfil laboral, “lo que más me gusta hacer es comer y jugar”.
Íbamos por una avenida de Sarasota, era noche, Robinson conducía la camioneta de su trabajo, él es pintor, y durante el camino me contaba parte de su vida en los Estados Unidos desde que llegó para trabajar en el circo. En esos días vivía en un tráiler y estaba entre dos decisiones: Si comprar un mejor carro para su familia o ahorrar únicamente para su casa. El porvenir era de evidente trabajo pesado aunque meritorio, de esa manera, enfocado, en dos o tres años lograría comprar su casa, quizá menos. Yo me despedía de él y de su familia convencido que él algún día vería cómo sus sueños se volvían poco a poco verdad.
Dos semanas después de estar de nuevo en Filadelfia empezaría el Covid. Por mi trabajo con la Conferencia sabía de primera mano toda la escasez que sufrirían de primera mano las familias inmigrantes. Escuché que muchos se quebraron, que otros aguantaban hambre, que miraban muchas familias cómo renegociar el pago de la renta para no terminar en la calle. No se vislumbraba un futuro fácil para ninguno.
Mis planes cambiaron como los de todo el mundo, pero lograría volver a la Florida hasta el mes de julio. Entonces visité de nuevo a la familia Delgado. Me recibieron con tibieza. Y me condujeron a un barrio, nos parqueamos en una entrada personal, y ahí Robinson me la presento: “esta es nuestra nueva casa”. Era literalmente su nueva casa, tenían un mes cumplido. ¿Cómo? Yo estaba sorprendido. El trato se había cerrado en un precio que se les facilitaba; la propuesta había venido sin que la llamaran y cuando menos se lo esperaban, cerraron, abrieron sus ojos, y ya tenían casa propia. Los días en el tráiler habían quedado en el pasado.
Robinson me invitó a su patio, un jardín espacioso donde fácilmente se acomodaría una piscina. Entonces miramos cómo Wilches jugaba con una pelota. Algo en la mirada de Robinson perseguía a su hijo con la pelota mientras se miraba así mismo muchos años atrás cuando también era un niño y corría pero en las calles de su pueblo en el Chocó. Pelamos dos mangos verdes. Hablamos del futuro, de los planes que había para ese espacio, luego me presentaron la casa, tomé agua de la nevera… esa familia y su fe, su sonrisa, su trabajo.
Una tarea que todos los días realiza Robinson por sus redes sociales es publicar un video con una reflexión bíblica que él ha llamado El Autobús Bíblico. Es curioso, y ojalá no sea de mala suerte, porque en Sarasota prácticamente nadie utiliza el bus, que sí tienen, todos lo han visto pasar, pero muy pocos saben cómo funciona.
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