Transcribed by Andrés Castillo
Vine de Honduras a Estados Unidos con el sueño de emprender un negocio en mi país después de dos años, pero la estancia se me alargó.
Conocí la iglesia menonita a través de mi esposa, Mirtza, quien empezó a ir a una iglesia llamada Encuentro de Renovación en Miami, Florida. En ese entonces la iglesia llevaba cinco o seis años de ministerio.
Comencé a estudiar en el Instituto Bíblico Anabautista (IBA) por querer saber más de Dios. Me acuerdo de un hermano de la iglesia que se llamaba Nicho que me motivaba a crecer en mi vida espiritual, igual yo a él en la suya.
Cuando tenía un año de congregarme en Encuentro, me casé con mi esposa. No sabía qué dones los líderes de la iglesia veían en mí, pero me invitaron a ser parte del liderazgo.
De repente, surgieron diferencias teológicas en la iglesia. El pastor solía promover la teología de la prosperidad, algo con que algunos de los hermanos no estábamos de acuerdo. La iglesia se dividió, el pastor se fue y se llevó con él la mayoría de la gente. Nos quedamos con cinco o seis miembros.
Si Dios me hubiera dado la opción, no habría escogido ser pastor, pero no había otra persona que asumiera la responsabilidad. Sabía que ya tenía un deseo de cuidar a los demás, ya hacía visitación con mi esposa, pero nunca había pensado hacerlo con el título de pastor. Viendo la necesidad, Dios me empujó al pastoreado.
Empezamos de cero con las personas que había. Unos líderes de South East Mennonite Conference y Homestead Mennonite Church nos ayudaron con ideas para seguir como iglesia. Seguíamos evangelizando e invitando y la iglesia volvió a llenarse de nuevo.
Aunque lo estoy haciendo, a veces tengo dudas si Dios me ha llamado al ministerio. Me pregunto, “¿Por qué Dios no llamó a alguien más preparado?”
De hecho, en mi rol inicial de pastor interino, me dio una parálisis facial. La doctora me preguntó, “¿te preocupas? ¿Te estresas? Algo provocó esto.” Me di cuenta de que estaba intentando resolver problemas de las personas que estaban fuera de mi control.
En 2020 llegó la pandemia, lo que trajo otro nuevo inicio a la iglesia. Un par de años después se dio otro golpe: una nueva ley que forzó que muchos de los inmigrantes se huyeran de Florida. Perdimos muchos de los miembros de la iglesia.
Hoy en día tenemos una congregación de alrededor de 20 miembros. Algunos de los que presencian eran miembros desde hace mucho tiempo y algunos son nuevos. De todas maneras, los eventos pasados nos han ayudado a entender que la iglesia es de Dios, no es nuestra. Cuando nos damos cuenta de esto, hay más descanso y más esperanza de que algún momento Dios vaya a multiplicar la iglesia.
En Encuentro de Renovación creemos en la transformación mutual, lo que se lleva a cabo por el compañerismo y la comunión. Es una iglesia multicultural, lo que conlleva dificultades a veces, pero intentamos compartir con comida y otras actividades.
Damos una oportunidad para dar retroalimentación después de los sermones. Cuando yo no predico, lo hacen los hermanos del instituto bíblico o una pastora que se conecta en línea.
Mi esposa Mirtza y yo tenemos tres hijas: Jocelyn (29), Johanna (27) y Marlyn (26). Nos gusta leer, ver películas y salir a pasear en el parque.